Relatos Sobre Las Benditas Almas del Purgatorio

Relatos Sobre las Almas del Purgatorio
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«No es raro que las almas de los difuntos se manifiesten en la vida. Dios ha permitido estas apariciones una y otra vez, ya sea para despertar a los vivos de sus faltas y errores, o para que las almas olvidadas puedan obtener un alivio más rápido.

Se dice que Santo Tomás de Aquino vio a su hermana fallecida, y que San Padre Pio tuvo más encuentros con almas de difuntos que con vivos.

En Francia, una monja fallecida apareció y dio revelaciones que resultaron en un libro asombroso llamado Manuscrito inédito del purgatorio.»

¿QUÉ SON Y QUÉ QUIEREN?

Hay tantos casos que es difícil contarlos todos. Muchas personas tienen sus propias experiencias.

¿Notas alteraciones en tu casa? ¿Sientes algo extraño en ciertas áreas? Podría ser tu imaginación, algo demoníaco, o quizás un alma atrapada. Si sospechas que es esto último, deberías rezar por esa alma para guiarla hacia la luz.

Son fascinantes los casos en los que parece que el difunto viene espontáneamente para despertar, consolar o buscar oraciones. Escuchamos muchas historias de personas comunes. Además de pequeñas coincidencias o la sensación de la presencia de un ser querido, también hay sueños.

Primer Relato: El hombre virtuoso y las terribles penas del Purgatorio

 Tomás de Cantimprato cuenta que a un hombre muy virtuoso, pero que estaba ansioso por morir debido a una larga y terrible enfermedad, se le apareció el Ángel del Señor y le dijo:

“Dios ha escuchado tus deseos, así que elige: pasar tres días en el purgatorio y luego ir al cielo, o ir al cielo sin pasar por el purgatorio pero sufrir un año más de esta enfermedad”.

El hombre eligió la primera opción: murió y fue al purgatorio. No había pasado aún un día cuando el ángel se le presentó de nuevo.

Apenas vio al ángel, el alma angustiada exclamó: “No es posible que seas el Ángel bueno, pues me has engañado. Dijiste que estaría aquí solo tres días, ¡y ya han pasado tantos años sufriendo las más horribles penas!”.

“Tú eres quien se engaña”, respondió el ángel. “Todavía no ha pasado un día, tu cuerpo aún no ha sido enterrado. Si prefieres sufrir un año más esta enfermedad, Dios te permite salir del Purgatorio y volver al mundo”.

“Sí, Ángel santo”, replicó el hombre. “No solo aceptaré un año más de esta enfermedad, sino cualquier pena, dolor o mal del mundo, antes que padecer una sola hora las penas del Purgatorio”.

Volvió a la vida y sufrió con admirable alegría un año más de aquella enfermedad, contando a todos lo terribles que son las penas del Purgatorio.

Segundo Relato: Las leves faltas y las severas consecuencias en el Purgatorio

Nada muestra tan claramente la gravedad del pecado venial como las numerosas almas que, según varias apariciones auténticas, han expiado en el purgatorio por faltas que, según nuestro entendimiento, parecen muy leves. Algunas fueron condenadas al purgatorio por hablar innecesariamente en la Iglesia, como una niña de siete años, según relata Cesáreo; otras, como la hermana de San Pedro Damiano, por escuchar con gusto una canción profana.

Vitalina, una noble doncella romana, era tan bien considerada por Santa Mónica que le encomendaba a su hijo Agustín en sus oraciones. Sin embargo, Vitalina se apareció muy triste a San Martín obispo, diciéndole: «Estoy ardiendo por haberme lavado la cara dos o tres veces con demasiada vanidad». Un religioso fue al purgatorio por no inclinar la cabeza al decir el Gloria Patri al final de los salmos, y otros por pasar demasiado tiempo junto al fuego en invierno. San Severino también fue al purgatorio por ciertas negligencias en sus rezos divinos.

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Tercer Relato: El niño, el padre y el sobrino: Consecuencias de pequeñas faltas

Un niño de nueve años estuvo muchos años en el fuego del purgatorio por no haber pagado o devuelto algunas cosas sin importancia que había tomado. Un padre de familia sufrió por descuidar la buena educación de sus hijos, y San Valero fue castigado por favorecer demasiado a un sobrino suyo.

Cuarto Relato: El pintor arrepentido y la pintura obscena

Varios autores relatan que un religioso carmelita descalzo, mientras oraba, vio aparecer a un difunto con semblante triste y rodeado de llamas. “¿Quién eres y qué quieres?”, preguntó el religioso. “Soy el pintor que murió días pasados y dejé todas mis ganancias para obras piadosas”, respondió el difunto. “¿Por qué sufres tanto, habiendo llevado una vida ejemplar?”, preguntó nuevamente el religioso. “¡Ay!”, contestó el difunto. “En el tribunal del supremo Juez, muchas almas se levantaron contra mí; unas en el purgatorio y otras en el infierno, a causa de una pintura obscena que hice por encargo de un caballero.

Afortunadamente, muchos santos cuyas imágenes pinté también intervinieron, defendiendo que hice esa pintura inmodesta en mi juventud, que luego me arrepentí y cooperé en la salvación de muchas almas pintando imágenes de santos. Además, utilicé mis ganancias para limosnas y obras de piedad. El Juez soberano, oyendo estas disculpas y viendo que los santos intercedían por mí, me perdonó las penas del infierno, pero me condenó a estar en el purgatorio mientras dure aquella pintura. Avisa al caballero N.N. que la destruya, y ¡ay de él si no lo hace! Para probar que digo la verdad, sepa que dos de sus hijos morirán pronto”.

El caballero creyó la visión y quemó la imagen escandalosa. En menos de dos meses, sus dos hijos murieron, y el caballero hizo una rigurosa penitencia para reparar los daños ocasionados a las almas.

Quinto Relato: La doncella vanidosa y el tormento del purgatorio

Santa Brígida, en una profunda contemplación, fue llevada en espíritu al purgatorio. Allí vio a una noble doncella que se quejaba amargamente de su madre por haberle permitido demasiadas libertades. “¡Ah! –decía–, en lugar de reprenderme y controlarme, me proporcionaba modas, novios y me incitaba a ir a bailes, saraos y teatros, incluso me arreglaba ella misma. Aunque me enseñaba algunas devociones, ¿qué gusto podían darle a Dios mezcladas con tanto galanteo y profanidad? Sin embargo, la misericordia del Señor es tan grande que, gracias a esas devociones, Dios me concedió tiempo para confesarme bien y evitar el infierno.

Pero ¡ay! Qué penas estoy padeciendo. ¡Si mis amigas lo supieran, llevarían vidas muy diferentes! La cabeza que adornaba con dijes y vanidades ahora arde en llamas vivas, los hombros y brazos que llevaba descubiertos están ahora cubiertos y apretados con hierros de fuego ardiente, las piernas y pies que adornaba para el baile ahora sufren terribles tormentos. Todo mi cuerpo, antes tan pulido y ajustado, está ahora sumergido en todo tipo de tormentos”.

Santa Brígida contó esta visión a una prima de la difunta, que también era muy vanidosa. La prima cambió su vida, ingresó en un convento de rigurosa observancia y realizó penitencias extremas para reparar los desórdenes pasados y ayudar a su pariente que estaba sufriendo en el purgatorio.

Se puede concluir que estos relatos ofrecen una visión fascinante y conmovedora sobre la realidad del purgatorio según la tradición católica y las experiencias de diferentes personas, incluidos santos y místicos. Estos relatos no solo ilustran la creencia en el purgatorio como un estado de purificación temporal antes de acceder al cielo, sino que también subrayan la importancia de la oración, el sacrificio y la intercesión por las almas que se encuentran en dicho estado.

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Sexto Relato: La generosa viuda y el perdón divino

En Bolonia, una noble viuda tenía un único hijo muy querido. Un día, mientras el hijo se divertía con otros jóvenes, un forastero interrumpió el juego. El hijo de la viuda lo reprendió ásperamente, y el forastero, resentido, sacó un puñal y lo clavó en el pecho del joven, dejándolo moribundo en el suelo. El forastero huyó y se refugió en la primera casa abierta, que resultó ser la de la madre del joven asesinado.

El forastero suplicó a la señora que, por amor de Dios, lo ocultara, y ella, sin saber que era el asesino de su hijo, lo escondió. Mientras tanto, la justicia llegó buscando al asesino, y al no encontrarlo, uno de los oficiales dijo: “Sin duda, esta señora no sabe que el muerto es su hijo, pues si lo supiera, ella misma nos entregaría al reo, que debe estar aquí”.

La madre, al escuchar estas palabras, casi muere de dolor, pero luego, cobrando ánimo y conformándose con la voluntad divina, no solo perdonó al asesino de su hijo, sino que le dio dinero y el caballo del difunto para que huyera. Luego lo adoptó como su propio hijo.

Días después, mientras la viuda oraba por el alma de su hijo, este se le apareció resplandeciente y glorioso, diciéndole: “Enjugad, madre mía, vuestras lágrimas y alegraos, que me he salvado. Muchos años debía estar en el purgatorio, pero vos me habéis liberado con las virtudes heroicas que practicasteis perdonando y haciendo bien al que me quitó la vida. Os debo más por haberme librado de tan terribles penas que por haberme dado a luz. Gracias por todo, ¡adiós, madre mía, adiós! Me voy al cielo, donde seré dichoso por toda la eternidad”.

Séptimo Relato: El emperador Mauricio y la justicia divina

Tras ser derrotado por Cayano, el ejército del emperador Mauricio perdió a muchos soldados que fueron hechos prisioneros. Cayano pidió una moneda no muy valiosa por el rescate de cada prisionero, pero Mauricio se negó a pagarla. Cayano pidió entonces una moneda de menor valor y, al no conseguirla tampoco, exigió una ínfima cantidad, que también le fue negada. Enfurecido, el bárbaro ordenó la ejecución de todos los soldados imperiales que tenía en su poder.

Pocos días después, Mauricio tuvo una visión espantosa. Citado al tribunal de Dios, vio una multitud de esclavos arrastrando pesadas cadenas y clamando venganza contra él. El Juez supremo, oyendo sus quejas, se volvió a Mauricio y le preguntó: “¿Dónde prefieres ser castigado: en esta vida o en la otra?”. “¡Ah! Benignísimo Señor”, respondió Mauricio, “prefiero ser castigado en este mundo”. “Pues bien,” dijo el juez, “en pena por tu crueldad hacia esos pobres soldados cuya vida no quisiste salvar a tan bajo precio, uno de tus soldados te quitará la corona, la fama y la vida, acabando con toda tu familia”.

Poco después, el ejército se insurreccionó y proclamó a Focas como emperador. Mauricio, huyendo, se embarcó con unos pocos seguidores, pero las olas lo arrojaron a la playa. Los partidarios de Focas lo capturaron y lo llevaron a Eutropia, donde, tras presenciar la cruel ejecución de sus cinco hijos, fue ignominiosamente asesinado. Poco después, el resto de su familia sufrió la misma desgracia.

Cristianos, no son unos pobres soldados, son vuestros propios hermanos y padres los que han caído prisioneros de la justicia divina. Este Dios misericordioso pide por su rescate una muy pequeña moneda, de gran valor, es verdad, pero muy fácil de dar. ¿Y seréis tan duros que se la neguéis? ¿Tan insensibles a la felicidad de las almas y a vuestros propios intereses?

Relato Octavo: La Caridad y la Intervención Divina

Una pobre mujer napolitana tenía que mantener a una numerosa familia mientras su marido estaba en la cárcel por deudas. Sumida en la miseria, presentó un memorial a un noble, explicándole su triste situación, pero solo consiguió unas pocas monedas. Desconsolada, entró en una iglesia y, encomendándose a Dios, sintió una fuerte inspiración de utilizar esas monedas para pedir una Misa por las Ánimas del purgatorio, depositando toda su confianza en Dios, único consuelo de los afligidos.

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Después de la Misa, al regresar a casa, se encontró con un anciano venerable que le preguntó por su estado. La mujer le explicó sus problemas, y el anciano, consolándola, le entregó una carta para el mismo noble que le había dado las monedas. Al leer la carta, el noble quedó sorprendido al ver la letra y firma de su difunto padre. “¿Quién te dio esta carta?” preguntó. La mujer respondió que no conocía al anciano, pero que se parecía mucho a un retrato, solo que tenía una expresión más alegre.

La carta decía: “Hijo mío muy querido, tu padre ha pasado del purgatorio al cielo gracias a la Misa que mandó celebrar esta pobre mujer. Te encomiendo a tu piedad y agradecimiento que la ayudes, pues está en grave necesidad”. El noble, conmovido, besó la carta repetidamente, derramando lágrimas de ternura. Le dijo a la mujer: “Con la limosna que te di, has logrado la felicidad de mi amado padre. Ahora, yo haré la tuya y la de tu familia”.

Cumplió su promesa, pagó las deudas y sacó al marido de la cárcel. Desde entonces, la familia tuvo lo necesario en abundancia. Así recompensa Dios a los devotos de las benditas Ánimas.

Relato Noveno: El Sacrificio de la Misa y la Liberación de las Almas

El hermano Juan de Alverna celebraba la misa el día después de la fiesta de Todos los Santos, dedicada a todas las almas de los difuntos, según lo dispone la Iglesia. Con profundo afecto y compasión, ofreció el sacramento con tal piedad que parecía derretirse en dulzura y caridad fraterna.

Al levantar devotamente el cuerpo de Cristo y ofrecerlo a Dios Padre, rogó que, por amor de su Hijo Jesucristo, se liberara a las almas del purgatorio de sus penas. En ese momento, vio salir del purgatorio un número infinito de almas, como chispas que emergen de un horno encendido, y ascendían al cielo por los méritos de la pasión de Cristo, ofrecido diariamente en la sagrada hostia por los vivos y difuntos, digno de ser adorado por los siglos de los siglos. Amén.

Relato Décimo: Fray Gil y la Liberación de un Alma Amiga

Fray Gil estaba enfermo de muerte, al igual que un fraile dominico. Un religioso, amigo del dominico, le pidió que, si le era permitido, le dijera en qué estado se encontraba después de la muerte. El enfermo prometió hacerlo si era posible.

Ambos murieron el mismo día, y el dominico se apareció a su amigo, diciendo: “Es voluntad de Dios que cumpla mi promesa”. El fraile preguntó: “¿Qué es de ti?” El muerto respondió: “Estoy bien, porque el mismo día murió un santo fraile Menor, llamado fray Gil. Jesucristo le concedió, por su santidad, llevar al cielo a todas las almas que había en el purgatorio. Estaba yo en grandes tormentos, pero por los méritos de fray Gil, me veo libre”.

El fraile que tuvo esta visión no la reveló a nadie, pero enfermo, temeroso del castigo divino por no haber manifestado la virtud y gloria de fray Gil, llamó a los frailes Menores. Se presentaron diez, y reunidos con los frailes Predicadores, el enfermo reveló devotamente la visión. Investigaron y confirmaron que ambos habían muerto el mismo día. En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

Relato Décimo Primero: Santa Gertrudis y las Ánimas del Purgatorio

Santa Gertrudis, devota esposa del Señor, había donado todos sus méritos y obras buenas a las Ánimas del purgatorio. Para que sus sufragios fueran más eficaces, pedía a su Divino Esposo que le mostrara por cuál alma debía interceder. Una vez señalada, multiplicaba oraciones, ayunos y penitencias hasta que esa alma saliera del purgatorio.

Después de liberar una, pedía otra, logrando así liberar muchas de aquel terrible fuego. Ya en su vejez, sufrió una fuerte tentación del enemigo que le decía: “¡Infeliz! Has dado todo a las Ánimas del Purgatorio y no has satisfecho por tus pecados. Cuando mueras, ¡qué penas te esperan!” Angustiada por este pensamiento, Cristo se le apareció y la consoló: “Gertrudis, hija mía muy amada, no temas. Los sufragios que ofreciste a las Ánimas me fueron muy agradables. No perdiste nada, pues en recompensa no solo te perdono las penas del purgatorio, sino que aumentaré tu gloria. ¿No prometí dar el ciento por uno a mis fieles servidores? Las almas liberadas con tus oraciones te recibirán con ángeles a la hora de la muerte, y, acompañada de este cortejo de bienaventurados, entrarás en el triunfo de la gloria”.

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